El Profe cuenta otra de sus magníficas historias, esta vez rememorando al campeón de 1975 que cortó con la nefasta racha de 18 años sin salir campeón. Angelito, la juventud y el contexto riverplatense, todo desarrollado bajo la espectacular firma de uno de los mejores interpretadores del gen riverplatense.
No había T.V. color, ni celulares, ni P.C.’s. Algunos,
tampoco teníamos teléfono. Los trámites para hacerse de ese aparatejo de
baquelita negra, dormían en los cajones kilométricos de ENTEL por años. Leíamos
El Gráfico y la revista Goles, esta última, mi preferida. Raras veces se
transmitía un partido en directo. Las radios eran la extensión de la mano los
días domingo. Todos llevábamos una, los padres que llevaban a sus hijos a la
plaza y que respondían a cada palabra de sus esposas con un: “…ajam…” sin atender
en lo más mínimo lo que le decían, con los 5 sentidos puestos en la voz de José
María Muñoz, García Blanco, Juvenal, Macaya, Fioravanti, etc. Tampoco se
comercializaban las camisetas “originales” de los clubes, era habitual ver en
el mismo plantel titular millonario, jugadores con camisetas con la banda más
ancha o más delgada.
En 1975 cursaba el segundo o tercer grado de la escuela
primaria. Vivía en un barrio de casas bajas, almacenes, panaderías, librerías y
una plaza atiborrada de niños con una calesita y pocas pelotas de cuero (eran
muy caras para los bolsillos de la mayoría), sí existía una cantidad
inconmensurable de pelotas de plástico y de goma surcando los cielos de ese
hermoso universo mundano.
La escuela se encontraba a tres cuadras de mi casa. De modo
que mis compañeros, en su gran mayoría, eran también mis vecinos y amigos. Ser
de River en ese tiempo, también implicaba un sesgo de grandeza y de gloria, era
como ser el ricachón del fútbol, el mejor estadio, el mejor juego, las grandes
leyendas, las historias enormes y más épicas. Pero como dice el refrán, nada es
perfecto. A esa prístina historia real le faltaba algo, le faltaba un
campeonato, sí, el campeonato que hacía 17 años y unos pocos meses venía
gambeteando a la historia.
En esos tiempos los lunes era una alegría volver a la
escuela y mirar los rostros de los chicos hinchas del equipo que habíamos
vencido el fin de semana. Se hablaba de dos cosas, del trámite de las luchas de
nuestros héroes de “Titanes en el Ring” (el mío era el caballero rojo, claro,
vestido íntegramente con su disfraz rojo y blanco) y de los partidos.
Si eras de River, tenías un 99% de chance de “gastar” a tu
compañero de turno o de perdonarle la vida. River seguía logrando victorias
domingo tras domingo pero a la hora de llevarse el campeonato siempre fallaba
la estocada final. Segundos, terceros, segundos de nuevo, éramos los eternos
subcampeones. Por eso, todos mis compañeros de escuela, o sea mis amigos y
vecinos, vivían esperando el desenlace del campeonato para poder desquitarse un
poquito de todas las cargadas que sufrían de parte de los riverplatenses a lo
largo de todo el año escolar. Y nosotros, atiborrados de tristeza y desazón, lo
soportábamos estoicamente, sin entender.
Digamos que las bromas eran del tenor del actual
"cebollita subcampeón" -¿cómo se puede ser el mejor y el más grande y
no salir campeón papá? Y tu viejo te miraba con los ojos nublados y no sabía
qué responderte, -paciencia hijo, vas a ver como en cualquier momento se nos dá
y volvemos a campeonar todos los años. Pero esos años pasaban, y la profecía no
se cumplía.
Un día, llegaba de la plaza y veo al viejo con una sonrisa
de oreja a oreja…-Favito vuelve Labruna a River, se acabó la sequía, ahora sí
que salimos campeones!!! –quién es Labruna papá? –Angelito es lo más grande que
tiene River, te cuento…
Ahora sí, faltaba poco, muy poco para que esa nefasta saga
de desilusiones termine por fin, porque volvía Angelito, y porque lo decía mi
papá.
El campeonato fue muy largo para nosotros, inmenso,
interminable. Comenzamos a todo vapor, bajamos a mitad de camino y volvimos a
respirar con la vuelta del Beto Alonso y los dos goles contra San Lorenzo. De
males, en instancias de definiciones, una huelga de jugadores impide la
formación titular de los equipos de primera división. Esa suerte de final
anticipada con Argentinos Juniors, lo jugábamos con los pibes, todo se hacía
cuesta arriba, teníamos los nervios rotos, no soportaríamos otro subcampeonato.
El 14 de agosto de 1975 me recuerdo en la plaza, con mis
amigos, ellos jugando a la pelota, yo, tirado a la vera de un árbol, con la
radio que me había llevado de mi casa. Ya comenzaba a entender la locura que te
produce el fútbol, ya tenía la fibra íntima millonaria, esa que te puede
enloquecer de alegría, o que te puede herir de muerte. Ya había pasado el gol
de Bruno. Sólo esperaba el desenlace. Jamás se me había estirado tanto el
tiempo, esos segundos 45’ se ralentizaron hasta la paranoia.
Luego mi memoria se pierde, bocinas en toda la ciudad, las
ventanas de las casas y los balcones vistiendo banderas rojiblancas de todos
los tamaños, hombres mayores, mujeres, niños, gritando, saltando, llorando. Mis
amigos, verdaderos caballeros precoces, vinieron a abrazarme, se te dio
turquito, me decían. Mi viejo corría hacia la plaza, me abrazó y me dijo “te
dije petiso, que con Angelito salíamos campeón, te dije!, vamos, subite al auto
y vamos al centro a festejar”. Colas y colas de autos, por Av. Corrientes, por
Av. Santa Fe, millares de banderas millonarias flameando al viento, la alegría
de un pueblo, del gran pueblo riverplatense y argentino, que por fin volvía a
gritar RIVER CAMPEÓN.
Autor: El Profe
Twitter: @Profe_K





0 comentarios:
Publicar un comentario