viernes, 26 de abril de 2013

Campeones después de 18 años: Reseña desde los ojos de un niño hincha de River de 8 años de edad



El Profe cuenta otra de sus magníficas historias, esta vez rememorando al campeón de 1975 que cortó con la nefasta racha de 18 años sin salir campeón. Angelito, la juventud y el contexto riverplatense, todo desarrollado bajo la espectacular firma de uno de los mejores interpretadores del gen riverplatense.

No había T.V. color, ni celulares, ni P.C.’s. Algunos, tampoco teníamos teléfono. Los trámites para hacerse de ese aparatejo de baquelita negra, dormían en los cajones kilométricos de ENTEL por años. Leíamos El Gráfico y la revista Goles, esta última, mi preferida. Raras veces se transmitía un partido en directo. Las radios eran la extensión de la mano los días domingo. Todos llevábamos una, los padres que llevaban a sus hijos a la plaza y que respondían a cada palabra de sus esposas con un: “…ajam…” sin atender en lo más mínimo lo que le decían, con los 5 sentidos puestos en la voz de José María Muñoz, García Blanco, Juvenal, Macaya, Fioravanti, etc. Tampoco se comercializaban las camisetas “originales” de los clubes, era habitual ver en el mismo plantel titular millonario, jugadores con camisetas con la banda más ancha o más delgada.

En 1975 cursaba el segundo o tercer grado de la escuela primaria. Vivía en un barrio de casas bajas, almacenes, panaderías, librerías y una plaza atiborrada de niños con una calesita y pocas pelotas de cuero (eran muy caras para los bolsillos de la mayoría), sí existía una cantidad inconmensurable de pelotas de plástico y de goma surcando los cielos de ese hermoso universo mundano.

La escuela se encontraba a tres cuadras de mi casa. De modo que mis compañeros, en su gran mayoría, eran también mis vecinos y amigos. Ser de River en ese tiempo, también implicaba un sesgo de grandeza y de gloria, era como ser el ricachón del fútbol, el mejor estadio, el mejor juego, las grandes leyendas, las historias enormes y más épicas. Pero como dice el refrán, nada es perfecto. A esa prístina historia real le faltaba algo, le faltaba un campeonato, sí, el campeonato que hacía 17 años y unos pocos meses venía gambeteando a la historia.

En esos tiempos los lunes era una alegría volver a la escuela y mirar los rostros de los chicos hinchas del equipo que habíamos vencido el fin de semana. Se hablaba de dos cosas, del trámite de las luchas de nuestros héroes de “Titanes en el Ring” (el mío era el caballero rojo, claro, vestido íntegramente con su disfraz rojo y blanco) y de los partidos.

Si eras de River, tenías un 99% de chance de “gastar” a tu compañero de turno o de perdonarle la vida. River seguía logrando victorias domingo tras domingo pero a la hora de llevarse el campeonato siempre fallaba la estocada final. Segundos, terceros, segundos de nuevo, éramos los eternos subcampeones. Por eso, todos mis compañeros de escuela, o sea mis amigos y vecinos, vivían esperando el desenlace del campeonato para poder desquitarse un poquito de todas las cargadas que sufrían de parte de los riverplatenses a lo largo de todo el año escolar. Y nosotros, atiborrados de tristeza y desazón, lo soportábamos estoicamente, sin entender.

Digamos que las bromas eran del tenor del actual "cebollita subcampeón" -¿cómo se puede ser el mejor y el más grande y no salir campeón papá? Y tu viejo te miraba con los ojos nublados y no sabía qué responderte, -paciencia hijo, vas a ver como en cualquier momento se nos dá y volvemos a campeonar todos los años. Pero esos años pasaban, y la profecía no se cumplía.

Un día, llegaba de la plaza y veo al viejo con una sonrisa de oreja a oreja…-Favito vuelve Labruna a River, se acabó la sequía, ahora sí que salimos campeones!!! –quién es Labruna papá? –Angelito es lo más grande que tiene River, te cuento…

Ahora sí, faltaba poco, muy poco para que esa nefasta saga de desilusiones termine por fin, porque volvía Angelito, y porque lo decía mi papá.

El campeonato fue muy largo para nosotros, inmenso, interminable. Comenzamos a todo vapor, bajamos a mitad de camino y volvimos a respirar con la vuelta del Beto Alonso y los dos goles contra San Lorenzo. De males, en instancias de definiciones, una huelga de jugadores impide la formación titular de los equipos de primera división. Esa suerte de final anticipada con Argentinos Juniors, lo jugábamos con los pibes, todo se hacía cuesta arriba, teníamos los nervios rotos, no soportaríamos otro subcampeonato.

El 14 de agosto de 1975 me recuerdo en la plaza, con mis amigos, ellos jugando a la pelota, yo, tirado a la vera de un árbol, con la radio que me había llevado de mi casa. Ya comenzaba a entender la locura que te produce el fútbol, ya tenía la fibra íntima millonaria, esa que te puede enloquecer de alegría, o que te puede herir de muerte. Ya había pasado el gol de Bruno. Sólo esperaba el desenlace. Jamás se me había estirado tanto el tiempo, esos segundos 45’ se ralentizaron hasta la paranoia.

Luego mi memoria se pierde, bocinas en toda la ciudad, las ventanas de las casas y los balcones vistiendo banderas rojiblancas de todos los tamaños, hombres mayores, mujeres, niños, gritando, saltando, llorando. Mis amigos, verdaderos caballeros precoces, vinieron a abrazarme, se te dio turquito, me decían. Mi viejo corría hacia la plaza, me abrazó y me dijo “te dije petiso, que con Angelito salíamos campeón, te dije!, vamos, subite al auto y vamos al centro a festejar”. Colas y colas de autos, por Av. Corrientes, por Av. Santa Fe, millares de banderas millonarias flameando al viento, la alegría de un pueblo, del gran pueblo riverplatense y argentino, que por fin volvía a gritar RIVER CAMPEÓN.

Autor: El Profe
Twitter: @Profe_K

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