Cultura Riverplatense analiza el Torneo Inicial de River, y
te cuenta porque –bajo nuestra opinión- el ciclo de Matías Almeyda como DT de
River, está acabado.
Tras aquel liberador 23 de Junio, River retomó su camino a
la Primera División. El objetivo de dejar atrás los fantasmas del descenso con
un gran torneo, era el deseo de uno y cada uno de nosotros, los hinchas.
Con un equipo nuevo, y con los refuerzos más importantes
recién llegados, River inició el Torneo Inicial con algunas dudas. Lógicas de
un equipo que empieza a ensamblarse. El saldo de las primeras cinco jornadas,
arrojaba la nada despreciable suma de 8 puntos. Pocos para ser River, claro.
Bastantes para ser un equipo recién ascendido.
La fecha 6, ante Newell’s, sería el punto de inflexión. River
jugaría su mejor partido del torneo, mereciendo ganar por goleada. Un triunfo
de este estilo, ante uno de los candidatos a campeonar, y con una supremacía
futbolística de aquellas; le daría al equipo la confianza necesaria como para
cambiar el chip e ir por el campeonato.
Tras empatar de manera casi ridícula ante los dirigidos por
Gerardo Martino, había dos certezas para ir a la cancha de Vélez. La primera,
era que el símbolo del equipo Leonardo Ponzio, no podría jugar por acumulación
de amarillas. La segunda, era que Vélez es un equipo con cuatro años de trabajo
sobre el lomo.
Matías Almeyda apostó, una vez más, al sistema por encima de
los nombres. Eligió a Ezequiel Cirigliano –de muy bajo nivel en el Torneo- para
que sea el patrón de mitad de cancha. Con la apuesta de jugar con tres en el
medio, sin un volante central de demasiada marca, intentó que Sánchez
colaborara cerrándose y dejándole la banda a Luciano Abecasis. Justo el sector
izquierdo del ataque de Vélez. Se sabe, los de Gareca intentan romper al rival
desde allí, con las asociaciones de Emiliano Papa y Federico Insúa, sumadas a
las salidas de algún delantero para ese sector.
Lejos de tomar los recaudos necesarios para la visita más difícil
que tendría River (REITERAMOS: Un equipo en plena formación vs. Otro que tiene
4 años de trabajo), Almeyda decidió inmolar el esquema que más satisfacciones
le podría haber generado al hincha.
Tras la derrota escandalosa -2 a 0 con un baile de
aquellos-, el mismo Almeyda abrió el grifo de los rumores. Se sabe, en un Mundo
River tan politizado, y con tanto chirolita con micrófono que anda dando
vueltas, los rumores y las presiones serían más potentes que nunca.
Tambaleando, decidió hacerse eco de las críticas, e intentar
blindar su lugar en el banco de suplentes. Y allí, arrancó con su laboratorio.
Timorato, recibió a Racing y no le generó peligro más allá de algunos pelotazos
a Trezeguet. Lejos de apostar una vez más a la movilidad de Mora o Villalva –el
uruguayo llegó a la fecha 8 con una contractura-, volvió a su esquema favorito.
El 4-4-2 con pelotazo hacia las torres como argumento principal. Colocó a
Maidana de 4, aunque le duró sólo 10 minutos porque el ex Los Andes se rompió
los ligamentos.
La derrota, una vez más, lo dejó al borde del adiós. Y,
nuevamente, Almeyda apostó a blindarse. Puso cuatro centrales y tres
mediocampistas con más marca que juego, para visitar Sarandí. De casualidad,
sacó una goleada de la galera, en un partido aburridísimo que abrió Ponzio con
un remate lejano, y que luego terminó gozando por la movilidad de Lanzini y la
frescura de los últimos 20 minutos de Funes Mori.
De la misma manera, salió a jugarle a un Godoy Cruz que cayó
en la trampa. El 5-0 a favor, le terminó de entregar el aire necesario para
asegurarse la estadía en el banco de suplentes aunque sea hasta el encuentro
ante Boca.
Cayó derrotado con Quilmes por un error de Bottinelli,
aunque River no generó juego en ningún momento. Y llegó al Superclásico. Su
defensa fue: Mercado, Pezzella, Bottinelli y Funes Mori. Desde el vamos, la
salida clara y con pelota dominada decía ausente y con aviso.
En ventaja desde el comienzo del encuentro, no se animó a
colocar a Villalva por izquierda tras la lesión de Martín Aguirre. Era otro
punto de inflexión. Ganar el clásico, le permitiría a River encarar con
confianza la recta final del campeonato. Albin, uruguayo lateral derecho de los
primos, no cazaba un fulbo, ni
defendía ni iba al ataque. Mora se cansaba de ganarle la espalda para enfrentar
a Schiavi mano a mano.
Una dupla Villalva – Mora hubiese sido letal para un Boca
frío y con más ganas de perder que de ganar. Más aún (y esto no puede adjudicársele
a Almeyda, por una cuestión lógica) luego de que en el segundo tiempo, Falcioni
quemara las naves y mandase a Colazo al lateral izquierdo. Ambas bandas, serían
una invitación constante a la gambeta y movilidad del Keko y el Uruguayo.
El empate en el final, luego de ir ganando 2 a 0, terminó
con el poco crédito que le quedaba al DT para encarar la recta final del torneo
sin la lupa encima. Decidió ir a cancha de All Boys, a jugar al pelotazo para
Mora, y se terminó conformando con un punto. Lejos de asociar a los jugadores
que tenían movilidad y buen pie, los separó. Hizo ingresar a Villalva, pero
antes sacó a Mora.
La mala puntería ante Atlético de Rafaela, no puede objetársele
a Matías. Quizá, el de Rafaela, fue el mejor partido de visitante que hizo
River, y un triunfo hubiese sido más que justo.
El encuentro ante Argentinos, volvió a demostrar una vez más
el déficit de River. Poca generación de juego, se transforman en escasas
llegadas al arco rival. Y si esas escasas llegadas no las convertís, termina
siendo un magro 0 a 0 (idéntico desarrollo al encuentro ante San Lorenzo, por
la 4ª fecha).
La gota que colmó el vaso, fue el encuentro de ayer ante
Independiente. Superado desde el minuto uno, River no aprovechó su momento del
encuentro. Tras lograr la ventaja, por el desastre defensivo que es
Independiente, Almeyda apostó a cuidar el resultado. Sacó a Mora –lesionado- e
hizo ingresar a David Trezeguet. Hasta allí, no hay demasiado por criticar. Dos
jugadores con características diferentes, pero un cambio obvio por ver las variantes que había en el banco.
Sin embargo, al mismo tiempo que realizó la primera
modificación, incluyó a Facundo Affranchino por Daniel Villalva. El mismo
Villalva que había hecho la jugada del gol. El mismo Villalva que le
presentaría movilidad a River para sentenciar el encuentro ante una defensa que
se suponía que se iba a abrir más de lo que ya estaba abierta. El mismísimo Villalva
que, en ese momento, necesitaba un voto de confianza.
El final es conocido. River terminó pidiendo la hora, y el
DT valorando el punto por “lo mal que se jugó en todas las líneas”.
En resumen, tras dirigir 61 partidos, los interrogantes de
Matías Almeyda como entrenador siguen siendo los mismos. ¿Cómo generar juego?
¿Cómo soportar la presión? ¿Cómo sentenciar un partido? ¿Cómo lograr firmeza
defensiva? Pero el más importante de todos: ¿Cómo ser un verdadero equipo?
Esta editorial, lejos de sentenciar a muerte el futuro de
Matías Almeyda, sólo pide un respiro. Agradecidos por haber tomado un barco a
la deriva y haberlo devuelto a su lugar, creemos que el León se merece una
segunda oportunidad en el futuro. Con más experiencia, con un club tranquilo, y
sobre todo con menos presión política. Mientras tanto, nuestro corazón ya sufrió
bastante en 2011, y si éste barco no pega un volantazo con acento riojano, la
tragedia futbolística puede repetirse. Y sin dudas, ni nosotros ni Matías,
queremos volver a sentir esa sensación.
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